Lo he vuelto a hacer. Otra vez. Parece mentira, pero así es. Está claro que me resulta muy complicado evitarlo y que no tengo remedio.
Tras una noche inquieta y desvelada, cuajada de innecesarias preocupaciones que pululaban por mi mente, esta mañana he tenido que ponerme las zapatillas y salir a la calle a descargar un poco de ansiedad.
En momentos así trotar me viene bien. A buenas horas. Con la que está cayendo en la calle y el frío que hace. Pero me cansa, me agota y me evade de los problemas, aunque sepa que me persiguen de cerca. Lo hago con la seguridad de que, al menos durante las próximas dos horas, no pensaré en otra cosa más que en dar el siguiente paso y el siguiente e ir escuchando mi cuerpo tras cada uno de ellos, escrutando su respuesta, la respiración, el ritmo, las piernas, comprobando que todo va bien. Es una forma de entrar en uno mismo y poner la mente casi en blanco. Durante ese intervalo de tiempo sólo existimos e importamos yo y mi trote constante. Luego toca volver a la cruda realidad, pero al menos demoramos un rato ese proceso.
Con la lluvia en la cara la cosa se hace más complicada, pero es un placer añadido. Hoy me he fijado llegar al jamonero, junto al Museo Reina Sofía, ya en El Saler. Son muchos kilómetros para mí (algo más de 14 km), pero daré la vuelta cuando crea que ya llevo suficiente.
Voy solo, ya que la mayoría de mis conciudadanos supongo que estarán resacosos y seguramente un buen puñado de ellos todavía dormirá. Yo no podía seguir en la cama.
Hacía rato que estaba viendo cómo la luz lo iba invadiendo todo, poco a poco, asomado desde mi refugio, desde debajo del edredón, en el duermevela de la madrugada. Hasta que me he cansado y me he decidido a salir de allí.
Pero esta vez ni trotando he podido mantener la mente en blanco. Pasado el Palau de la Música he tenido que dar la vuelta. Tenía la mente en otras cosas y no estaba en lo que estaba. Se me atropellaban los pensamientos. ¿He dicho ya que ha sido una noche espesa? Creo que sí.
Me he parado junto a un árbol antes de continuar. No se ve un alma. La llovizna cae lentamente, arrastrada por la brisa matinal. Todo es frescor y silencio. Y mi cabecita con su "run-run".
La conversación de anoche fue triste. La de mitad de tarde también. ¿Por qué siempre se acumulan estas cosas en Navidad?. ¿No será que determinadas fiestas son síntoma de soledad, de melancolía, aunque estemos rodeados de gente?.
Ayer desperté a una realidad que no era la mía, pero que me pillaba muy cercana. Tan cerca como puede estar un hermano.
Hablamos hasta bien entrada la noche. Comentamos las cosas que le rondan por la cabeza. La libertad, la felicidad ... ¡qué conceptos más honestos, más bonitos y respetables y, sin embargo, qué difíciles de concretar y alcanzar!.
A veces nos obcecamos pensando que la felicidad o la libertad personal dependen o están condicionados por otra persona, sobre la que hemos descargado nuestros sentimientos más tiernos y dulces, cuando realmente el conflicto es nuestro. Está en nuestras propias entrañas y no somos capaces de verlo. Queremos buscar en el otro el problema, cuando muchas veces lo llevamos encima. Suele ser más fácil culpar al otro. Así todo puede justificarse.
Sinceramente, creo que necesitábamos hablar. Tanto él como yo. Pero también creo que no estuve a la altura. No supe decir las palabras adecuadas que sirvieran para encender una luz donde había tinieblas. Está claro que tampoco tengo demasiada maña para esas cosas. No soy José Luís. Pero además, todavía no soy una persona objetiva que pueda servir para hacer de espejo. Para echar una mano en un momento de crisis emocional. Todavía NO. Sólo sirvo para escuchar. Opiné, pero sirvió de poco.
Con demasiada rapidez me sentí hundirme en mis propios pensamientos y emociones y me ví envuelto por la melancolía.
Para colmo, unas horas antes hablé con ella por teléfono. Quizá fue la justa antesala de una nochebuena, que no lo suele ser tanto como se pretende. Lo mejor es que yo solito me lo busqué. La ví bien, estable, incluso diría que feliz. En el fondo me alegré. Trabajaba esa noche. ¡Cómo no!. Según hablábamos para contarnos las cosas más generales, noté poco a poco cómo me hundía en mi propia miseria. Incluso me pareció añorar algunas cosas.
La despedida me supo amarga. Me dejó un sabor extraño en la boca.
Creo que todavía tengo más sentimiento de culpabilidad del que debería. Puede que jamás sea capaz de perdoname a mí mismo.
¿Veis?. No tengo remedio.
La esperanza es lo último que debe perderse, aunque al final también termina por abandonarnos con el tiempo, sobre todo cuando no depende únicamente de nosotros.
Aunque no deja de ser Navidad, a fin y al cabo.
Felices fiestas.
Listening to ... Marc Cohn - One Safe Place (lyrics)
viernes, 25 de diciembre de 2009
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