domingo, 7 de junio de 2009

VIII Marcha de resistencia Ademuz - Albarracín

Pues bien, aquí estamos de nuevo con ganas de escribir, después de algunos días sin actividad, para contaros cómo ha ido esta marcha de resistencia de Ademuz a Albarracín.
Todo empieza cuando conseguí completar la MiM2009, de la cual todavía no tengo ánimos suficientes para hacer la crónica (y ya ha pasado un mes). El cachondo de Paco Pérez (Paco Zen para los amigos) me felicitó por completarla y me envió una escueta nota con unas indicaciones básicas sobre la marcha que ahora os comento desde Ademuz, deseándome que no me hubiera lesionado por demasiado tiempo. Me pareció como una nota de examen, en la que te dan el apto para "otras cosas", en "otro nivel". Cachondo del todo el tío, ¿eh?.

La marcha sugerida prometía: 65 km y +2000 m, siguiendo parcialmente el curso del río Ebrón hasta Albarracín, con parte del recorrido en seco y parte dentro del río, y sin más avituallamiento que el que fuéramos capaces de depositar en un coche que nos asistiría cada 5-10 km. Unas 15 horas en total. Una aventura.

Todo ilusionado me apunté y ha resultado impresionante. Quizá la mejor excursión en tiempo y, desde luego, la mejor de este año.

El viaje y estancia en Ademuz.
El viernes 5 fuimos Anna, Paco y yo desde Valencia a Ademuz, a casa de un amigo de Paco. Llegamos a eso de las 23:15. Allí coincidimos con el grupo de senderistas amigos del hermano de Paco, la mayoría de Sax, Onil, Elda y alrededores, conocidos como "el grupo de Sax". Buena gente, agradable y extravertida. En total 8 personas y nosotros 3, 11. Julio al final no pudo venir por problemas de espalda. Otra vez será.
Dormimos en Ademuz en una casa estrecha y alta, cerca de la plaza de la iglesia. Las escaleras debían tener su altura máxima en 1,65 metros o así, lo que me obligaba a subirlas y bajarlas con la cabeza muy baja y la espalda doblada, para no dejarme los cuernos en el techo. La puerta del cuarto de baño me llegaba, y no es broma, a la altura de los hombros, con lo que ya os podéis hacer una ligera idea. Por lo demás todo bien e incluso conseguí dormir de un tirón, gracias a unos tapones de silicona que amortiguaron el concierto de ronquidos que hacían temblar la casa.

El inicio.
El sábado 6 empezó la odisea. La hora de diana estaba fijada a las 4:00, para poder salir a las 5:00 de la mañana y aprovechar bien el día. A mí me dejaron dormir hasta las 5:45, ya que le pedí a Paco que, si no le importaba, me dejara empezar en la central eléctrica de Castielfabib, junto a la aldea de Los Santos. De esta forma, acercaba el coche y me ahorraba los primeros 12 kilómetros, que son por pista. Siempre pensando en que podría fallarme, en el total de 65 km, la rodilla o la cintilla, como las otras dos veces. En el fondo quería llegar a Albarracín y este primer trozo me lo conocía, así que prefería saltármelo y asegurarme que completaría el resto. Había que arriesgarse.
Así pues, los valientes empezaron en Ademuz por el camino al lado del río Turia hasta cerca de Torrebaja, continuando frente a Los Santos por la margen derecha del Ebrón y pasando un poco más arriba hasta la central eléctrica. Con 15 minutos de retraso sobre horario previsto, llegaron a eso de las 7:15 a la central eléctrica de Castielfabib, donde les esperaba para incorporarme a la marcha. Aparecieron 4 de los de Sax, Anna y Paco. Paco cogió entonces el coche para dejarlo cerca de Castielfabib, donde volveríamos a encontrarnos, y el resto continuamos entre huertas, pasando cerca del convento en ruinas hasta un bonito estrecho, debajo del pueblo de Castielfabib, conocido como "La Hoz". Aquí empezaba en serio la "aventura".

La Hoz del Ebrón (Castielfabib).
La Hoz es una profunda excavación que el río Ebrón ha hecho con los años sobre la toba calcárea acumulada, produciendo un profundo cañón, de poco más de 5 metros de anchura en los tramos más anchos y más de 100 m de profundidad. En su interior el agua corre con violencia y el ruido es ensordecedor. Para colmo, parte del caudal del río aguas arriba de este paso se deriva al canal de la central eléctrica, pero como éste está dañado, el caudal era máximo y la corriente mayor de la habitual. Impresionaba.
Yo ya había entrado en La Hoz de Castielfabib en 1995, creo que en julio o agosto, con Arturo García, cuando estaba de forestal por allí. No sé si se acordará. Yo perfectamente. Y había expresado al grupo en un par de ocasiones mis dudas sobre el sitio. Recordaba difusamente que era difícil pasar por allí, pero ya no estaba seguro por qué. Yo creo que todos pensaron que dudaría en una zona que hay que saltar o que pondría algún problema, pero conseguí superarlo. Todavía no me lo explico, pero así fue. Ahora veréis cómo.

La bajada a La Hoz se realiza por una ladera casi vertical, teniendo que destrepar un par de tramos de más de dos metros, agarrándose como buenamente se puede a los almeces de las orillas. No es demasiado complicado, pero es conveniente no resbalar, ya que puedes parar un poco más abajo, o precipitarte por una ladera de grava y tierra resbaladiza hasta el fondo del barranco. Una vez en el fondo, hay que caminar pegado a la pared, entre piedras que permiten un cierto apoyo plano. El primer problema aparece a 20 metros del azud de una acequia que coge sus aguas en el fondo de la Hoz, en el que debe cruzarse saltando el cauce, de algo más de un metro de anchura, pero tomando impulso sobre una roca, en posición ligeramente agachada, para caer debajo de una piedra, a menos de 1,70 m. del suelo. Como la llegada no es sencilla por la posición y es fácil resbalar al agua, que lleva mucha velocidad, la cosa pintaba mal. Aquí conseguimos saltar todos sin más novedad que algunas risas por los nervios.

El problema de verdad vino a continuación, cuando había que superar el azud de la acequia, atravesando un aliviadero que hay al lado. Como el barranco es estrecho, en este punto se construyó hace años un azud de piedra, ya colmatado, que capta agua para una acequia, que circula por un túnel excavado en la roca paralela la río y que dispone de aliviadero a 10 metros del azud. Tanto del aliviadero como del azud salía gran cantidad de agua que se precipitaban desde unos 5 metros de altura, por lo que el ruido era ensordecedor y casi no nos entendíamos al hablar. Para superar el azud y poder así continuar, había que subir desde el nivel del río hasta la acequia a través de la cortina de agua que caía del aliviadero. Cuando Paco me mostró la pared y ví a la gente de Sax subir como lagartijas por apoyos impensables bajo la cortina de agua, me entró el agobio. No me gusta la escalada, porque soy grande, pesado y no tengo demasiada potencia en los brazos. Así que la idea de hacer escalada en una pared de toba mojada y bajo un chorro de agua, sin saber dónde apoyarme, sin cuerdas y pudiendo caer sobre el río, de espaldas y entre las piedras, me pusieron la carne de gallina. De pronto, me empezó a temblar todo el cuerpo y me puse como un flan. En un momento de pánico, dije que volvía atrás. Paco intentó convencerme poniéndome debajo de la pared, junto a la caída de agua, para que pudiera ver con más detalle la subida. Casi fue peor. De pronto descubrí unas varillas de acero que parecían firmemente empotradas en la toba, pero que no dejaban de ser simples asideros donde apoyarme. No lo tenía claro. Paco pasó delante. Un pie aquí ... otro allí ... pero claro, este hombre parece otra lagartija, con tanta flexibilidad sobre la pared. Más miedo.

A continuación, una serie de fotos de la edición del año pasado, en la que se ve perfectamente la zona de aproximación y el aliviadero. Están sacadas de aquí.



Al final tuve que armarme de valor y temblando intenté cogerme a la pared y levantarme del suelo. Nada. Una segunda. Nada. Creo que a la tercera intentona me ví bajo la lluvia de agua, casi ciego, como en un diluvio, escuchando entre el ruido del río las indicaciones de Paco y a Anna dándome ánimos. Una mano aquí, un pie allá, ... Finalmente pude apoyar una rodilla al borde del aliviadero y respirar. Me acordé de la familia de todos ellos, de los presentes y los difuntos. A buena hora habría subido yo por allí si hubiera tenído una mínima posibilidad de escapar. Pero no tenía vuelta atrás (grrr).
Con el tembleque todavía en el cuerpo y sin ganas de articular palabra, empecé a desplazarme hacia arriba por aquel caos de repisas, rocas y varillas de acero empotradas. ¡¡Parecía imposible que hubiera un camino por allí!!. El aliviadero, como podíais imaginar, sólo era el principio. Más arriba me esperaban dos o tres trepadas más, ya sin agua, sin demasiada dificultad, pero con la insana imagen mental que, en caso de un fallo, un resbalón o un pequeño desliz, me hubiera precipitado al fondo del río desde más de 25 metros. ¡¡¡Mecagontodoloquesemenea!!!. ¡¡¡Qué malas jugadas nos hace la mente cuando tiende a la auto-protección!!.

No hace falta resaltar que el único que parecía realmente impresionado con la subidita era yo, porque el resto (los del Sax, Paco o Anna), subían sin más problema, volviéndose de cuando en cuando a ver si continuaba detrás de ellos o no.

El paso del barranco tengo claro que no voy a repetirlo, por más que me digan que "otro año, será más sencillo, ya veras". Ja, ja ja. Daré la vuelta por el sendero que salva este barranco, por arriba, entre campos, que es seco y seguro.

Cuesta del Rato, El Cuervo y Los Estrechos.
Todo lo malo se acaba y por fin conseguimos salir de aquel rincón insano y volvimos a la calma del camino al borde del río para continuar entre huertas y campos abandonados. Pronto vimos la aldea de la Cuesta del Rato, que dejamos a la derecha y continuamos hasta el municipio de El Cuervo (900 m), ya en la provincia de Teruel.
Pasado el pueblo, hacia la parte norte y junto al río, hay un área de descanso y una bonita fuente. Este era el lugar en el que Paco tenía programado almorzar. Allí llegamos los 7 para descansar y, sobretodo, cambiarnos la ropa por otra seca. Almuerzo frugal y otra vez en pie. Los de Sax cuentan con 2 vehículos y nosotros con 1. Finalmente lo pasamos todo a uno de los 2 coches, para que el nuestro (un Opel Kadett con 20 años) no haga tantos kilómetros. Nos esperará directamente en Albarracín conducido por Gerardo, un amigo de Paco.

Paco empieza a ponerse nervioso y nos incita a acabar pronto. Con lo calentito que se estaba aquí almorzando al sol. Ahora hay que seguir la pista que discurre alternando a ambos lados del río Ebrón hacia Tormón, pasando a través del hermoso paraje de Los Estrechos. Pronto la pista se convierte en una senda cómoda de caminar, que nos permite tener una vista completa del valle y las riberas. Los campos y huertas están abandonadas y aquí y allá aparecen corrales, aprovechando los abrigos naturales, sin ningún signo de vida humana. Todo está quedo, como congelado en una fotografía. Varias veces sentí escalofríos al ver estos parajes pobres y desolados, antes cultivados por bravas gentes que arañaban al monte dos terrones de suelo en un bancal de miseria. ¡¡Qué tiempos!!.
A cada revuelta de la senda parece que se aprestan a emboscarnos una partida de barbudos maquis, pidiendo una colaboración para la revolución. Soñadores de tiempos demasiado próximos. La belleza de este tramo es escalofriante.

De pronto el valle empieza a estrecharse. Efectivamente, pronto nos aparece un hermoso rincón en el que el río se encajona en un estrecho, por el que nos toca pasar utilizando varios tramos acondicionados con pasarelas metálicas y escaleras de madera para facilitar la visita. A pesar de ello, finalmente hay que mojarse. No hay más remedio. El río viene más crecido de lo normal. Los veteranos dicen que unos 30 cm por encima de lo "normal". Es un paso con piedras en el que tampoco quiero arriesgarme a mojar las zapatillas.
Todavía con las chanclas, continuamos por la senda un par de kilómetros más hasta el estrecho definitivo, el que le ha dado fama al paraje. Frente a nosotros aparece majestuoso un profundo cañón, con su fondo ocupado en su totalidad por el río y unos 50 metros más arriba de las paredes verticales de roca, un puente natural de toba calcárea. La vista es espectacular. Paco insiste en enseñarnos a los novatos la senda que cruza por encima del puente y permite llegar a Tormón sin mojarse. Pero ese no es nuestro camino. Tenemos que entrar en el río.
Bajamos a la orilla y nos metemos en el agua helada. Allí coincidimos con otras dos personas. Uno lleva un perro y parece ir haciendo fotos. El otro manifiesta interés en acompañarnos y se mete en el río con nosotros. No sabía de este camino.
El primer punto de entrada al río es el más complicado. Bajo el puente natural hay un par de grandes bloques de piedra que hay que superar como se pueda. Bajo ellos, una poza de agua cristalina y gélida, que cubre por encima de la cintura. Hay que hacerse el ánimo. Las lagartijas, de comportamiento ya descrito, trepan con facilidad, ayudádose animadamente a escalar. Paco opta por otro camino alternativo, pero siempre entre las piedras. Pero ... ¿y servidor?. Me he quedado el último y nuevamente con el dilema de la escalada. No encuentro apoyo para poder iniciar la subida que me inspire confianza. Vuelvo a dudar y a ponerme nervioso. Pero esto no es La Hoz. Esto es superable. Finalmente, opto por el lado "cobarde" de la subida: en un lateral, y tras superar una poza de mayor profundidad si cabe, aparece un hueco entre las piedras sobre el que puedo trepar con facilidad e introducirme entre ellas para acceder a la parte superior. Prueba superada. Creo que soy el único al que nadie ha ayudado a subir, aunque sí que lo han intentado para hacerme subir la piedra grande. Les entraba risa cada vez que lo intentaban, primero porque no acababa de arrancarme a subir y segundo sabiendo que si yo caía, me hubiera llevado a la poza a dos o tres de mis ayudantes (jajajaja).
El resto de los Estrechos es difícil de describir. Un profundo valle, a veces de más de 200 metros de paredes verticales, con un fondo de cielo azul, y poco más de 5 metros de anchura. A veces menos. En algunos tramos el agua no llega más que a los tobillos, pero lleva mucha velocidad. En otros me pasaba más allá del pecho y teníamos que estar atentos para no mojar la mochilita con los pocos objetos que interesaba llevar secos.
Gracias al bastón que llevo, pasar el río fue sencillo, ya que se podía tantear dónde pisar, que la corriente no permitía ver el fondo.

Simplemente ... ESPECTACULAR. A continuación, unas fotos de la zona, para que os hagáis una idea (desmerecen un poco). Las he vuelto a sacar de aquí.



Al llegar a Tormón nos acercamos a la denominada "Cascada del Molino". Un lugar muy bonito, que se corresponde con un impresionante azud de piedra, totalmente colmatado por la vegetación, que alimentaba un molino (a mí me pareció un batán u otro ingenio hidráulico, más que molino), desde el cual se precipita el río Ebrón. Son unos 15 metros de altura o así. Muy bonito.
Subimos a Tormón (1.050 m) y en la misma plaza hacemos una pequeña parada, picamos alguna cosa y volvemos a cambiarnos de ropa por algo que esté seco. Aquí viene el primer problema serio con el avituallamiento: no tenemos más que dos mudas y ya están completamente mojadas. Como tampoco hace calor, no se acaban de secar en el coche.

Tormón a Albarracín.
De Tormón se continúa por un sendero que llaman "Camino de las Pisadas", ruta tradicional entre esta población y Jabaloyas. Hay marcas de PR. Empieza suave hasta que baja a la Rambla de las Manaderas o de la Ose Seca, donde empieza una subida constante y que me resulta un poco fuerte, dado el ritmo que llevan algunos de los chicos de Sax.
Al llegar a Jabaloyas (1.407 m), se descubre el por qué de esta prisa. 2 de nuestros acompañantes acaban en este punto, ya que van a dedicar las fuerzas que les restan en dar cuenta de un pequeño homenaje en una casa de comidas local. La vista del banquete es tentadora, pero debo limitarme a la comida que traía preparada y que encontramos en el coche, ya que si no, no podré continuar con la marcha.
Tras un merecido descanso, continuamos hacia Valdecuenca. Pasamos por inmensos sabinares que todavía guardan los colores verdes de la primavera. Paco había insistido mucho que esta parte de la marcha no me gustaría tanto, ya que no es tan espectacular. Es cierto que falta agua y otros elementos de aventura y que vuelve a ser una marcha "normal", pero un sabinar siempre es un paisaje bonito de ver y más si se trata de uno de los más grandes en extensión de España. Nos acompaña desde Jabaloyas un perro, mitad de caza, mitad de hambre, que trota alegremente a nuestro lado. Parece nuestro guía. Nos sigue porque Paco le dió un par de trozos de pan. Pobre bicho. Alguno comenta que se quedará en Albarracín. Husmea y retoza incansable entre las matas, señalando rastros, aunque no le hacemos demasiado caso.
Valdecuenca (1.335 m) me decepciona un poco. Esperaba, con un nombre tan insigne, un pueblo algo más grande y habitado, pero no es así. Aquí nos abandona definitivamente el perrillo, que parece dudar nada más ver el pueblo en el horizonte. Adiós, compañero. En la fuente cogemos un poco de agua, ante la mirada atónita de sus vecinos que deben preguntarse "¿estos de dónde han salido?". Alguno se ríe cuando nos preguntan que a dónde vamos. Pero la risa es mayor cuando les decimos de dónde venimos. Deben pensar que estamos locos.
Cruzamos rápidamente el pueblo y salimos por la carretera dirección a Toril y pronto nos aparece otra carretera a la derecha, dirección a Saldón. Asfalto por algo más de 5 kms. Este trozo es el más feo. Nos acompaña un horizonte de lomas cubiertas de sabinar y llanos de cereal verde, lamido por la brisa.
Si Valdecuenca no me acabó de gustar, Saldón (1.400 m) es todavía peor. Situada al pie de una destacada muela, es pequeño y no se ve gente dentro. Apenas 50 casas. Sólo descubrimos un par de personas que nos miran con curiosidad. Aprovechamos para merendar un poco y rápidamente nos dirigimos hacia Albarracín.
Para llegar a Albarracín hay que superar una serie de lomas que llaman el Puntal del Quemado y el Cerro de la Nava, que rozan los 1.600 m. Aquí el paisaje ha vuelto a cambiar y domina primero el sabinar, que da paso al pinar abierto de pino albar y sabina rastrera, si bien lo más abundante son los pastizales típicos de estas zonas frías. Casi no hay árboles.
En estas alturas, nos alcanza una tormenta de las gordas. Es la segunda vez que llueve, pero ahora el frente abarca todo el horizonte a nuestra izquierda (NW) y trae un fuerte viento, que hace que llueva casi horizontal y finalmente, como colofón, el suave golpeteo del granizo. ¡¡Vaya forma de correr!!. Primero nos escondimos como pudimos bajo una sabina hasta que escampó, pero cuando ya empezábamos a bajar de nuevo la loma, frente a la Masía de La Venta, nos cayó todo un diluvio, ahora sin árboles, y los de Sax junto con Paco salieron corriendo monte traviesa y hacia abajo. Anna medio me esperó, mientras yo intentaba no acelerar, por no estropear la rodilla demasiado. Esta parte fue divertida, aunque muy pasada por agua. Tuvimos suerte que al menos la tormenta no llevaba aparato eléctrico.
En este punto empalmamos con la carretera de Albarracín a Bezas, cerca de las casetas de La Losilla Baja. En este punto nos están esperando otra vez los coches. Nos quieren convencer que abandonemos y que nos dejemos llevar hasta Albarracín. Pero no. No vamos a abandonar ahora, menos cuando ha dejado de llover.
En este punto, cogemos el GR-10, que baja por un sendero bien acondicionado, con escaleras y todo, hacia el barranco del Cabrerizo. Estamos en pleno rodeno de Albarracín y las formaciones de roca, los caos de bloques y los pinos lo cubren todo. La vista es impresionante. Es otra de las mejores partes del recorrido. Paco y un compañero han desaparecido al trote. Anna, otro compañero y yo vamos andando. A veces incluso trotamos.
A las 21:15 llegamos a Albarracín, al parking junto al puente sobre el río Turia (aquí Guadalaviar). Encima nuestro el castillo y la catedral. Perfecto colofón. Estamos cansados pero felices. Estoy calado hasta los huesos. No me duele la rodilla, aunque la noto cargada. Si no hubiera tenido que bajar las escaleras de la zona del Rodeno, siguiendo la senda, podría haber hecho otros 50 km. Pero ya hemos tenido bastante. Toca volver con una sonrisa de oreja a oreja, cansados y satisfechos. Ha sido un día grande.

Vuelta a Valencia.
Pero claro, el precio de contar con vehículo de apoyo no sale gratis. Tenemos que volver a la Cuesta del Rato, de noche, para devolver a nuestro sacrificado conductor, Gerardo, el amigo de Paco. Gracias por acompañarnos. La ruta es entre caminos que quieren ser asfaltados, aunque de asfalto sólo quedan los baches, dentro de alguno de los cuales es posible desaparecer con coche y todo. Albarracín, Bezas, Rubiales y por Tormón a Cuesta del Rato. Este trozo de carretera se hace eterno. Debe ser bonito, pero de noche no se ve nada más que baches y asfalto. Anna duerme rendida en mi hombro y yo no sé tranquilizarme y dejar de mirar la carreretera y avisar a Paco de los baches y las curvas. Me vuelvo a poner nervioso.
Luego las despedidas, la vuelta a Ademuz a devolver la llaves del piso que nos prestaron para dormir. Otros 20 minutos de eterna espera, mientras Paco hace los honores con sus amigos locales. Vuelta a Valencia por Landete, Talayuelas, Sinarcas, Requena y por la A-7 a Paterna. Llegamos a las 1:45. Realmente no sé la hora exacta, porque me dormía sin querer, por lapsos de 5 minutos, a la vez que intentaba conversar con Paco, que conducía, mientras Anna dormía en el asiento de atrás. Yo no consigo todavía explicarme cómo este hombre puede concentrarse en la carretera, cuando yo me hubiera dormido con los ojos abiertos.
El domingo 7 lo paso dormitando, ya que el cansancio no me permite que sea profundo el sueño.

Una marcha para repetir en todos los sentidos. Espero que el tiempo y la salud me permitan volver.

Lo mejor: el paisaje, la experiencia, la compañía, la temperatura, que creo que no debió pasar de los 20ºC (a veces menos de 8ºC) y los Estrechos en Tormón. Y no me ha dolido la rodilla. Se ve que el cambio de calzado se ha notado.
Lo peor: claramente, La Hoz de Castielfabib y su zona de "escalada". Riesgo innecesario. Tampoco hay fotos, pero eso ya es cosa de los participantes, especialmente de un servidor, que con las prisas y el riesgo del agua, no quise cargar con la cámara (craso error).

Paco Zen ha hecho su crónica, en su típico estilo, directo y conciso, no como yo (jejeje) (aquí).
El año pasado también hubo crónica, con algunas fotos, de donde he sacado las que he insertado aquí. Las fotos son de los álbumes de Picasa de Juan Carlos. Este y este. Supongo que no le importará.
Otras ediciones anteriores las tenéis en la crónica de Paco de este año.

3 comentarios:

  1. Mario, soy Concha la Aedl de Castielfabib y me ha encantado tu descripción a lo “Indiana Jones” de la ruta, sobre todo del “peligrosísimo” tramo de la Hoz de Castiel, (je, je…..).

    A pesar de que lo he hecho varías veces nunca había sentido la “sensación de peligro y aventura” que transmite en tu relato.

    Mañana (domingo 14) hago Las Hoces con unos amigos que vienen de Valencia, comprobaré “la crecida” del río, aunque no creo que sea mayor que este invierno con las lluvias.

    Un saludo.

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  2. Hola Concha, me alegro de volver a saber de tí. La Hoz no es especialmente complicada, pero para mí fue toda una odisea, teniendo en cuenta que no me gusta la escalada y que el barranquismo me da algo de yu-yu. He intentado transmitir las sensaciones que me provocó la subida aquella, que seguro que para los habituales ya no os supone nada, pero para mí fue todo un mal trago.
    Gracias por el comentario y que veas que hacemos propaganda de la zona (jejeje). La ruta fue una pasada. Otro año a ver si se anima algún "autóctono".

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  3. Para el año que lo publicitaremos por la zona y seguro que alguno nos apuntamos.

    Un saludico.

    Concha

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