Reconozco que está un poco lejos el restaurante que voy a recomendar, pero es que vale la pena dejarse caer por allí, sumergirse en el ambiente y probar sus especialidades.
Se trata de la Hofbräuhaus München, que se encuentra en Múnich (estado de Baviera, Alemania), donde tuve la suerte de poder entrar y comer el pasado día 23 de junio de 2009.
Esta genuina Brauerei está ubicada en pleno casco antiguo de Múnich, junto a la Residenz, y es la cervecería que construyera uno de los duques de Baviera, Wilhelm V, a finales del siglo XVI. La fábrica de cerveza ducal pasó a ser una taberna pública a principios del siglo XIX, por iniciativa de Luis I, permitiendo que el pueblo llano compartiera esta hermosa y burbujeante bebida con las clases más altas a un precio asequible, medida que resultó bastante populista.
Actualmente es un gran edificio, presidido por una sala colosal, de gran altura y sostenida por grandes arcadas, con los techos pintados al estilo bávaro, donde se agolpan muniqueses y turistas. Las mesas están muy juntas y es normal compartir una mesa con algún desconocido. Hay algunos lugares dentro de la sala reservados para personas concretas, a título individual o de grupo. En una de las esquinas hay un pequeño espacio reservado para una banda de música, normalmente quinteto de viento, típicamente bávaro. En el interior hay otras salas, menores en tamaño, también muy concurridas, con distintas temáticas e incluso alguna exposición cultural (no todo es beber).
El local está muy relacionado con la historia alemana y es mítico su ambiente, por lo que la encontraréis recomendada en todas las guías de viajes de la capital bávara.
Entramos a eso de las 17:30, después de visitar el castillo real, la Residenz, casi por casualidad, porque algo nos habían hablado del sitio, pero no sabíamos con certeza dónde nos estábamos metiendo. Tiene pinta de sitio muy turístico y eso suele suponer sitio caro. Al final decidimos entrar: un día es un día. Había mucha gente de pie y más sentada. Risas, parloteo y un ambiente muy distendido. Hojeamos una carta. Estaba en alemán. Mal empezamos. Dos chicas norteamericanas nos miraron con simpatía y nos ofrecieron su carta, que estaba en inglés. Esto ya era otra cosa. Los precios parecían más que razonables, así que decidimos comer algo.
Tras un vistazo general, encontramos un sitio en la sala principal: una mesa de madera, con un banco corrido a ambos lados con capacidad para 6 a 8 personas como máximo. Parecía imposible tener tanta suerte, la mesa entera para nosotros. De forma casi inmediata, el camarero más próximo nos indicó que debíamos pedir enseguida si queríamos comer de caliente, pues a las 18:00 cerraban el servicio de cocina.
Nos soltaron una carta en alemán que miré con curiosidad, pero en la que no conseguí entender casi nada. Miré al camarero, que se sonrió mientras le pedía en inglés una carta en otro idioma "menos bárbaro". Me pasó la carta en inglés. Esto mejora. Volvió al momento, insistiendo en la premura de solicitar la comida pronto, antes que cerraran cocina. ¡¡Qué estrés!!. Rápidamente miré alrededor y descubrí una mesa vecina con lo que parecía un hermoso codillo al horno. Ya sabía lo que quería para comer. Le acompañaría una fuente de salchichas del terreno, que nos sugirió el camarero, y un par de cervezas HB originales (Hofbräu original), de 0,5 y 1 litro. ¡¡Qué hermoso conjunto!!.
Casualmente en la mesa de al lado encontramos un grupo de unos siete españoles, que al oirnos hablar en valenciano, nos interrumpen hablándonos en mallorquín. Conversación banal de hispánicos que se encuentran más allá de los Pirineos: ¿qué tal? ¿ de dónde? ¿vacaciones? ¿mucho tiempo? etc. Serían los únicos ibéricos que encontraríamos en el local.
Cuando acababan de servirnos las cervezas, nos aparecieron una pareja de alemanes cincuentones que nos indicaron los sitios libres de la mesa y se sentaron, para lo cual hubo que levantarse y dejarles pasar. Me resultó curiosa la situación: en la misma mesa, mientras haya sitio, se va sentando la gente. Al poco llegó la pitanza y empezamos a dar buena cuenta de ella. El codillo era algo magnífico y la mostaza excepcional: aromática, picante, potente y sabrosa.
Al momento, subieron unos músicos al pequeño recinto reservado en la sala, vestidos al estilo bávaro, y empezaron a tocar música local. Marchas marciales, tonos festivos, polkas y otras finuras (auténticas bavaridades).
Cuando empezó la sonar la música, el alemán que se había sentado a mi lado, al que acababan de servir su cerveza, me dió un golpecito en el hombro, me giré y pude ver que alzaba su jarra en la mano hacia el centro de la mesa, con claro gesto de brindar y una gran sonrisa en la cara, diciendo con voz profunda "prost". El gesto creo que fue correctamente correspondido y brindamos los cuatro alegremente. A continuación, señaló el codillo y levantando el pulgar me dijo algo que no entendí, pero que parecía indicar que "buen provecho" o "buen codillo". Como fuera, le respondí que "gut, gut!!". Nos reímos los cuatro y volvimos a brindar. Había quedado claro que la pareja no sabía hablar más que alemán y unas pocas palabras en inglés, pero dando ejemplo de la genuina cordialidad y afabilidad bávara, hacía el esfuerzo de compartir la mesa, el momento y la música. Me encantó la situación.
La música sonaba animadamente mientras comíamos y el alemán no hacía más que marcar el ritmo y canturrear. Como algunas me las conocía, las cantaba en castellano e incluso creo que una vez estuvimos un rato a coro, cada uno en su lengua. Por toda la sala se oía a la gente cantar alegremente. Mientras, una señora rubia, de pelo cardado, bien entrada en los setenta, pero pintada y arreglada, como si fuera día de fiesta mayor, se paseaba con soltura y desenfado por la sala con un traje de los años 50, rojo carmín y de falda larga, lisa y negra, invitando a la gente a bailar. Sacó a varios hombres de su edad junto al rincón de los músicos, con los que se contoneó al compás de la música. Las parejas que formaban eran un tanto peculiares. Aquel con su traje bávaro, sus pantaloncillos cortos y sus calcetines de lana y ella con su traje rojo. Pero la gente les animaba y aplaudía. Parecían habituales del local y estaba claro que eran el alma de la fiesta.
Volviendo la señora rubia a su mesa pasó por mi lado y se me quedó mirando. Me hizo un comentario en alemán, que no entendí y entonces que soltó una frase rápida, que tampoco entendí, pero que hizo desternillarse de la risa a la pareja de alemanes de mi mesa. La mujer se retiró rápidamente riendo y miré interrogativamente al matrimonio. Por señas el hombre que dijo que la mujer se me había insinuado. ¡¡Pero qué desvergonzada!!. Está claro que el ambiente de cachondeo lo permitía todo.
Para rematar la comida cayó otra cerveza de 0,5 litros, ahora una Weissbier muniquesa, que me supo a gloria. Yo ya llevaba más de un litro en el cuerpo y empezaba a notar unos ciertos síntomas de clara jovialidad y desenfado, acompañados de una clara disartria, con claros signos de afasia. Como diría Sergiete, "iba pasado pi cuartos, casi pi medios". La música, el ambiente, la gente ... todo animaba a ello.
Acabé conversando animadamente con mi compañero bávaro, que iba por un estilo que yo. Me entraron varios ataques de risa, mientras le intentaba explicar algunas cosas graciosas que nos habían pasado en inglés y por gestos. Ambos poníamos interés en entendernos y al final algo salía. Una situación muy cómica y divertida.
Creo que estos bávaros tienen por buena costumbre ser muy corteses y simpáticos con la gente con la que comparten mesa. Aunque no los conozcan, ni quizá los vayan a volver a ver. Esa impresión me dió y confieso que me encantó.
En fin, una experiencia inolvidable y que intentaré repetir. Al final la comida (codillo al horno, salchichas autóctonas, con sus guarniciones y 1,5 litros de cerveza), nos costaron 33 euros, más o menos. Creo que está muy bien, sabiendo que es un sitio "típico y turístico" y que el IVA anda por el 19% para las comidas.
Volveremos.
martes, 23 de junio de 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario