viernes, 23 de julio de 2010

Y se sonrió ...

Me acerqué con la cantimplora a la fuente que queda fuera del refugio de Bayssellance. Tenía que llenarla para poder iniciar nuestro regreso a Pineta, antes de comer.
No me percaté de su presencia.
Junto a la fuente, un grupo de jóvenes scouts italianos se divertían mientras uno de ellos pretendía que le hicieran una foto poniéndose a horcajadas sobre el chorro de la fuente, simulando que meaba copiosamente.
Me paré frente a ellos para observarlos, con cierto rictus de seriedad, que podría con facilidad confundirse con el de fastidio o molestia. No hizo falta cruzar una sola palabra, tan sólo mirarles.
El chaval reparó en mí y se retiró discretamente, como avergonzado. Supongo que verse a un personaje como yo, tan grande y en comparación, algo ajado, debe resultar imponente.

Me sonreí al ver su reacción. La verdad es que me hacía gracia la escena , pero estaba con la cabeza en otro sitio cuando me acerqué a ellos, ligeramente distraído. Me hubiera gustado ver cómo se divertían un rato, pero no reparé en la escena hasta que estuve delante de ellos.
En un momento y sin palabras, había provocado una situación embarazosa para los chavales, que resolví tras rellenar mi cantimplora y hacerles un gesto, que les invitó a reírse un rato. Con una gran sonrisa de satisfacción en la boca y un alegre "buon giorno", me volví hacia el refugio.

Fue entonces cuando escuché su risa. Me giré para ver de dónde venía y pude observar entre los chavales a una chica que estaba sentada con la espalda apoyada en la pared del refugio.
Nos quedamos mirando durante un instante, que me pareció una eternidad.
No sé si yo la busqué o fue ella la que me animó, pero entablamos rápidamente una breve conversación.
Era francesa y estaba sola.
Estaba recostada al sol, contra la pared, con sus pequeños pies desnudos lacerados por las ampollas. Descansaba de una dura jornada de marcha, y pensaba con vehemencia continuar al día siguiente hasta Gavarnie. No quise contrariarla, pero sus pies no parecían pensar lo mismo.
Pequeña, morena, de ojos brillantes y vivos, inteligentes, que hablaban sólo con mirar, de voz dulce y acompasada, de gestos suaves y deliciosos, de facciones sosegadas y graciosas. Un aire de belleza griega, vestida de montañera.
Se tocaba nerviosamente el pelo moreno y ondulado que le cubría la frente y deslizaba por su espalda. Una y otra vez se lo peinaba entre los dedos o cogía un mechón y jugueteaba nerviosamente con él.
Me fascinó.

Estuvimos hablando durante una hora que me hubiera encantado que no pasara nunca.
Yo, en mi pobre francés, que ella escuchaba con atención, y ella, balbuceando algunas palabras en español.
Había algo entre los dos. Se notaba. Llámese electricidad, química o yo qué sé.
Me noté perderme en la situación. Como un náufrago en la tempestad. Sólo prestaba atención a su voz, a sus gestos y a sus ojos. Y manteníamos una conversación vacía, insulsa, por la simple excusa de hablar juntos, acariciados por el sol de la montaña, notando las nubes que iban y venían, la fresca brisa que subía del valle.
Cuánto tiempo hacía que no me sentía así de deslumbrado, de embelesado, de embrujado. Ni me acordaba de la sensación.
Se me debió quedar cara de bobo. Seguro.

César, mi compañero, se dio cuenta enseguida de la situación y no me metió prisa. No la teníamos. Se limitó a acompañarnos discretamente, sin inmiscuirse más de lo necesario. Estábamos a gusto.
Nos dimos los emails. "Te escribiré, le dije", en francés, claro. Se sonrió.

Profesora de arte en un instituto de secundaria en París, se venía a Pirineos, cerca de su Toulouse natal, a vagar por sus montañas en verano.
Pero París está muy lejos, quizá demasiado, y además, estoy lleno de cicatrices.

Me despedí de ella, iniciando el descenso al valle, y estuve después un par de días que no hacía más que hablar de ella (jajaja).
Soñar despierto es gratis y he de confesar que me encanta hacerlo. No tengo remedio.

Ha sido un placer coincidir contigo, Rachel.

Adieu tristesse, bonjour la joie!

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